viernes, febrero 16, 2007

Las Bodas del Cordero


En la tradición Hebrea se instituía que los vínculos matrimoniales se pactaban entre el Pretendiente, su Padre, el futuro Suegro y su Hija, estableciendo previamente un precio a pagar de común acuerdo, por concepto de la petición de la mano de la Novia, el cual podía ser el equivalente en especies de valor tales como terrenos, animales, provisiones, etc.. Toda vez cerrado el acuerdo, el Padre del Pretendiente servía el vino y entregaba una copa a su Hijo, el cual a su vez ofrecía a la Novia en señal de su aprobación final. Esta en ese instante podía tanto aceptar como negarse, es decir, era su desición final la que cerraría en definitiva el acuerdo. Si aceptaba, entonces tomaba la copa y se servía el vino. Luego el pretendiente volvía a la casa de su Padre a edificar una morada, ubicando el mejor lugar entre otras construidas previamente por sus hermanos ya casados con anterioridad, dentro del mismo terreno de propiedad de la familia.
Bajo la ayuda, supervisión y dirección del Padre, se comenzaba la construcción, donde por cierto, el futuro Marido muy vehemente pretendía terminar lo antes posible. Por su parte las novias muy ansiosas esperaban preparadas a sus pretendientes, velando día y noche a la espera de que llegara su turno.
El pretendiente constructor no tenía noción del momento exacto en el cual su edificación estaría acabada y en condiciones para proceder a mudarse con su esposa -luego de celebrar las fiestas del matrimonio- pues en efecto-, faltaba la aprobación final del Padre, quien hacía notar los detalles que restaban de terminaciones, que en algunos casos implicaban la demolición y reconstrucción parcial de la vivienda. Asimismo las novias del poblado, ante el anuncio de la llegada del pretendiente, salían todas preparadas a recibirlo, estando concientes que sólo una de ellas sería la afortunada.
En este contexto, Jesús ilustró en diversos pasajes de los Evangelios, el significado y objeto de su segunda venida; noten los siguientes ejemplos, que a la luz de lo anterior aclara aún más nuestro papel dentro de la Iglesia, la cual en definitiva viene a desposar Nuestro Señor -en las “Bodas del Cordero”- previo pago ya efectuado hace dos mil años, a precio de sangre en la cruz:

11:25 Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí.
(quienes la bebemos en la Santa Cena, en definitiva estamos constantemente aceptando su proposición de desposarnos como Iglesia)

Juan 14:2 En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para vosotros.

Mateo 25:1 Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo.
Mateo 25:13 Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir. (Parábola de las diez vírgenes o novias)

Lucas 12:40 Vosotros, pues, también, estad preparados, porque a la hora que no penséis, el Hijo del Hombre vendrá.

Apocalipsis 19:7 Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria; porque han llegado las bodas del Cordero, y su esposa [La Iglesia] se ha preparado.
19:8 Y a ella se le ha concedido que se vista de lino fino, limpio y resplandeciente; porque el lino fino es las acciones justas de los santos.
19:9 Y el ángel me dijo: Escribe: Bienaventurados los que son llamados a la cena de las bodas del Cordero. Y me dijo: Estas son palabras verdaderas de Dios.