jueves, diciembre 01, 2005

La Fuente del Agua: Exodo 30:17-21


El agua es símbolo de purificación. Cada sacerdote estaba obligado a lavarse los pies y las manos antes de entrar y oficiar en el lugar santo del santuario. Los que oficiaban en el santuario debían estar limpios de cualquier contaminación. En el Nuevo Testamento el agua representa la presencia del Espíritu Santo en cada creyente. En Juan 7:38-39 Cristo se refiere a la recepción del Espíritu Santo en cada creyente, simbolizando a Cristo como la fuente de agua viva que santifica.
Es decir, fuera del templo habían dos utensilios: El altar del sacrificio que significa a Cristo como nuestra justificación, y la fuente del agua que significaba a Cristo como nuestra santificación. Así lo dice 1 Corintios 1:30: "Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, él cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención." Debemos hacer la diferencia entre la santificación instantánea que recibimos cuando somos salvos y la santificación que Dios obra a través de su Espíritu diariamente.

En Juan 13 el Señor Jesús mismo nos muestra la significación de la Fuente de Bronce. Al celebrar la ultima cena con sus discípulos, Él se levanta de la mesa y se pone a lavar los pies de ellos. Pedro no quería que lo hiciese con él, pero Jesús le dice: "El que esta lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues todo esta limpio" (v.10).
Para aquel que tiene todo el cuerpo lavado, es decir, que ha pasado por el nuevo nacimiento a la conversión no es necesario repetir lo que ha sido cumplido una vez para siempre (Tito: 3:5); pero ocurre demasiado a menudo que el creyente, a causa de la carne que está aun en él, ha pecado, ha manchado sus pies en el camino. No se trata entonces de ser "convertido" de nuevo, sino de que sus pies sean lavados. El Señor muestra por medio de la Palabra en que se ha faltado; luego es preciso confesar su falta a Dios (1 Juan 1:9) y recordar que por ese pecado Cristo murió (véase también la figura de la novilla roja en Números 19). Una vez que el rescatado lavó así sus pies, puede tener parte con el Señor, es decir, gozar de la comunión con Él.